Por qué no recomiendo vender hoy un riñón

Escrito por Gustavo Wilches-Chaux septiembre 14, 2020

En tiempos de crisis climática y pandemias, el gobierno pretende sacrificar lo vital a cambio de un beneficio económico incierto.

La prioridad

En esta época de pandemias, mantener la integridad y el buen funcionamiento del sistema inmunológico es una prioridad.

El sistema inmunológico no es solo un conjunto de glándulas y de anticuerpos, sino el resultado de múltiples y complejas interacciones entre los distintos sistemas de cada ser humano. Por eso, existe una relación inseparable entre la salud física y la salud emocional: un “bajón” afectivo o una crisis económica, por ejemplo, pueden contribuir a “bajar las defensas” de una persona.

En mayo, apenas después de dos meses de llegado el virus a Colombia, el Secretario General de la ONU resaltó la importancia de proteger la salud mental de toda la población, y en especial de las comunidades afectadas por la violencias y los conflictos armados. En Colombia, esa relación entre la salud mental y la salud física es cada vez más evidente: incluso desde antes de la pandemia, eso de que a uno le duele el país en los huesos ha dejado de ser una metáfora.

Como en el cuerpo, en los territorios y en sus ecosistemas la prioridad debe ser mantener la integridad y el buen funcionamiento. Lamentablemente, en este contexto crítico, algunos tienen las prioridades trastocadas y prefieren obtener beneficios a corto plazo a costa de lo vital.

La crisis climática

Actualmente, el planeta entero atraviesa una crisis irreversible más grave que la pandemia misma. Las emisiones de gases de efecto invernadero se han acelerado, a pesar de una corta y aparente reducción temporal. En el fondo del Atlántico Sur se han detectado fugas de gas metano, cuyo efecto sobre el cambio climático es veinticinco veces más fuerte que el del CO2.

De acuerdo con el Global Land Analysis and Discovery (GLAD) en el mundo, “desde el comienzo de la pandemia del Covid, las alertas de pérdida de bosques han aumentado en un 77% en comparación con el promedio de 2017 a 2019”. En Colombia, la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible informó que “hasta el 15 de abril se han deforestado más de 75.000 hectáreas de bosque en la Amazonia colombiana.” Y, en este preciso momento, la costa occidental de Estados Unidos sufre los efectos de los incendios forestales más intensos que se han registrado y que han arrasado más de 800.000 hectáreas.

A esto se suma el descongelamiento del permafrost: la capa de escarcha que cubre permanentemente los suelos en las regiones más frías del planeta, cercanas a los polos. Este proceso que se esperaba que podría ocurrir dentro de 70 años pero que hoy es una realidad, libera grandes cantidades de metano y podría hacer que reaparezcan hongos, virus y bacterias que estaban congelados y que tienen un alto potencial infeccioso.

Por todo lo anterior, los ecosistemas y las comunidades deben fortalecer su capacidad de resistir cada vez más amenazas.

Foto: Pxfuel – La capa de escarcha que cubre los glaciares se está derritiendo, lo que trae graves consecuencias.

Puede leer: Minería en Santurbán: ¿quién responderá por los daños?

¿Vender un riñón?

Imaginemos que a una persona entre los millones que hoy padecen el impacto económico de la pandemia le llega una oferta para vender un riñón. Se lo van a pagar muy bien y necesita el dinero urgentemente. ¿Será un buen negocio?

Como indiqué atrás, en un momento de crisis, cada persona debería preferir su propia integridad y funcionalidad sobre cualquier otro posible beneficio. Lo más importante es preservar la capacidad para enfrentar las amenazas que pueden deteriorar la salud.

Esto lo tienen muy claro las comunidades que se oponen a los proyectos mineros en las zonas cuya viabilidad depende de Santurbán; y también las comunidades de Jericó, en el suroeste antioqueño. En medio de la actual crisis climática, la posibilidad de conservar nuestras propias vidas depende de ecosistemas estratégicos como los páramos y de otros que garantizan el ciclo del agua.

Las empresas mineras aseguran que la extracción de oro en estos ecosistemas no va a producir ningún deterioro ambiental, como quien promete que no van a quedar cicatrices después de extraer el riñón. Además, tal vez, pueden asegurar que habrá un órgano de repuesto con el que se puede seguir viviendo. Pero ¿vale la pena?

Aunque parezca increíble, la mayor cantidad del oro que se extrae en el mundo se utiliza en producción de joyas. Según la revista Dinero, “los países que más demandan joyas de oro son China e India. El mercado global de joyería hasta 2018 estaba estimado en US$278.500 millones”. Otros millones de toneladas de oro van a parar a las bóvedas de los bancos centrales de Estados Unidos, de Rusia y de otros países del mundo, y a las cajas fuertes de grandes millonarios.

En 2019, el 7,5% de la demanda mundial de oro provino del sector tecnológico. Gracias a este metal, pueden fabricarse los equipos con los que hoy escribo y con los que ustedes me leen. En ese sentido, en un contexto que necesita tanto de la virtualidad, la tecnología informática puede considerarse vital. Pero el otro 92,5% de la demanda mundial de oro no lo es. Hoy en día andar “embambao” no es prioritario para la humanidad.

Además, buena parte de los metales que se necesitan para los asuntos más importantes pueden obtenerse de otras fuentes. De acuerdo con la ONU, “el mundo generó en 2018 más de 50 millones de toneladas de residuos electrónicos; el equivalente a tirar a la basura 125.000 aviones Jumbo o 4.500 torres Eiffel, y suficientes para cubrir de desperdicios toda la isla de Manhattan”.

Una adecuada gestión de esos residuos permitiría recuperar “grandes cantidades de metales como oro, cobre y níquel, así como materiales raros de valor estratégico como el indio y el paladio. Para hacerse una idea, hasta 60 elementos de la tabla periódica pueden ser encontrados en un teléfono inteligente. Muchos de estos metales pueden ser recuperados, reciclados y utilizados como materias primas secundarias para nuevos productos”.

Por eso, incluso si la extracción del riñón no deja cicatrices, no existen argumentos de primera necesidad que justifiquen el procedimiento. Las comunidades de Santander y Jericó no deben poner en peligro su soberanía hídrica, su soberanía alimentaria, su seguridad climática y hasta su propia identidad y su salud, a cambio de un beneficio económico que ni siquiera es seguro que obtengan. Por más regalías que reciban por el oro, nada de lo que pierdan lo podrán reponer.